Balones fuera

19 de marzo 2013 - 01:00

NO se si será la edad o la evolución del pensamiento, pero cada vez soy más escéptico: me cansan los discursos generales, la búsqueda de la paja en el ojo ajeno, la elevada autoestima que impide la autocrítica, la consideración de la profesionalidad como un don innato o adquirido en una oposición… Edad y evolución: hartazgo.

Hoy estamos sufriendo, en especial los jóvenes, la pérdida de los patrones de vida, de las guías, en forma de valores, que sustentan nuestros comportamientos, nuestro proceder. Desnortados, vivimos un proceso de confusión que cuestiona valores tan necesarios para las relaciones sociales y para el desarrollo personal como la autoridad, la confianza, la responsabilidad, el esfuerzo o la verdad.

Este proceso de desorientación afecta de manera especial a las instituciones encargadas de tutorizar a los jóvenes hacia la vida adulta. Así, la escuela se ha convertido más en campo de batalla que de diálogo, en lugar de enfrentamiento más que de aprendizaje, en un barbecho moral más que en un territorio con vocación de ejemplo.

La crisis de la escuela personifica y visualiza la crisis de la sociedad: es absurdo pedirle a la escuela lo que la sociedad reniega una y otra vez. Es muy difícil asentar valores desde la escuela cuando la sociedad promociona patrones de éxito y de verdad (la verdad es el fin último que alimenta nuestro proceder) disonantes con el discurso escolar.

Sin embargo, ello no puede ser óbice para plantear un debate continuo sobre el papel de la educación, de la escuela y de los educadores, máxime en unos tiempos confusos y descreídos como los actuales. Porque educar no es otra cosa que ejemplificar: la escuela debe ser el santuario del ejemplo. Y con demasiada frecuencia, el sistema educativo, incluidos la administración y los propios educadores, caemos en el error de plantear el aprendizaje de los conceptos morales (y peor aún de evaluarlos) basados en términos teóricos. De ahí el estrepitoso fracaso de materias como "Educación para la Ciudadanía". El único camino, como indica Javier Gomá, para acceder a la verdad, a la responsabilidad, a la virtud…, es a través del ejemplo: observándolo, viéndolo. En materia moral, la experiencia del ejemplo concreto y su reiteración determinarán la norma, el concepto o la idea moral. Nunca al revés.

Este planteamiento pone contra las cuerdas el discurso y la manida "profesionalidad" de muchos educadores y, sobre todo, trasciende la rutina cotidiana de nuestro quehacer educativo. Puestos a debatir la crisis de la educación, no basta con echar balones fuera: hay que hacer una autocrítica profunda. El maestro ha de ser la personificación del ejemplo, el espejo en el que visualizar y comprender los conceptos morales. Cuando ello es así, aspectos como el respeto, la autoridad, la disciplina o la confianza son más sencillos de interiorizar. De ahí que necesitemos menos "profesionales" y más maestros, esos espejos que nos transmitían experiencia y vida, y cuya enseñanza vital se constituía en un modelo a imitar.

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