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En los últimos meses se está cuestionando con fuerza los fundamentos de la ley de violencia de género. Esto ha irritado a todo el orbe progresista en forma de partido, sindicato o asociación. Discutirla racionalmente no significa ser machista, querer desproteger a las mujeres o padecer una tara incurable. Desde una perspectiva jurídica, imponer por un mismo hecho una pena diferente al hombre y a la mujer es torcer el principio de justicia. Esta ley consagra el "derecho penal de autor" que nos enseñaron en la facultad como una de las mayores aberraciones ya superadas. El Derecho no es una ciencia exacta, permite una elasticidad interpretativa asombrosa. Que el Supremo haya avalado esta tesis por el hecho de que es una conducta mayoritariamente cometida por el hombre, me parece un argumento pobre. El tiempo y el sentido común la tumbarán, no es la primera norma injusta que hemos de padecer en las democracias abiertas. Lo que me parece sospechoso es que una amplia capa social considere que esto es un avance, un síntoma de progreso. Me parece todo lo contrario, un retroceso, una involución y una bofetada sin mano al histórico movimiento feminista que libró la batalla de la igualdad. En una sociedad secular, laica, la izquierda acude al argumento pseudorreligioso del pecado original o tara en forma de gen machista y violento que tenemos los hombres ya en el útero materno. Es como si ahora avaláramos las injustas leyes de segregación racial. La reacción irá en aumento porque muchos han visibilizado "el hasta aquí hemos llegado", entre ellas multitud de mujeres que se niegan a tenerle asco a su pareja, al hijo, al padre, al hermano o tienen a víctimas de esta ley en la familia. El género es para las palabras; para las personas, la condición sexual en todo su amplio contenido de libertad, igualdad y dignidad.

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