Fernando / Taboada

Exhibicionismo

Habladurías

06 de julio 2014 - 01:00

DE todas las variantes que existen del exhibicionismo, la más conocida es la menos común. Porque yo, como cualquiera de ustedes, me he pasado bastantes años yendo al colegio. También he visto a mucha gente con gabardina. Sin embargo, jamás me he encontrado al salir de clase a ningún señor abriéndose la gabardina para mostrar que debajo no llevaba puestos más que los calcetines.

Ahora, que también hay que tener ganas, con los adelantos que existen, para apostarse delante de un colegio y provocar un escándalo a plena luz del día. El exhibicionista moderno dispone de todo tipo de cámaras domésticas y por eso, en vez de emplear los métodos tradicionales y salir en gabardina para jugarse una pedrada, prefiere echar mano de Internet para colgar allí sus grabaciones en vídeo. Y como el hecho de tener en casa una cámara no necesariamente convierte a quien la use en Orson Welles, en esos vídeos caseros el protagonista suele aparecer en taparrabos, contoneándose y poniendo morritos, o lanzándose desde un balcón a la piscina del hotel, o conduciendo a doscientos kilómetros por hora en una carretera comarcal, que todo depende del trastorno mental que padezca el exhibicionista en cuestión.

Porque el exhibicionismo no tiene reglas. Lo mismo se expresa en la difusión a través de las redes sociales de unas fotos picantonas que se asumen más riesgos y se divulga una película en la que el sujeto aparezca a cara descubierta, bebiéndose de un trago media botella de whisky, para que el lunes su jefe le pregunte antes de despedirlo qué tal lleva la resaca.

Hace solo unos días un anciano de Los Ángeles se convirtió en noticia porque aprovechó que su esposa acababa de sufrir un accidente de tráfico para retratarse junto al coche volcado, mientras ella permanecía atrapada dentro. Yo entiendo que a ciertas edades no se está para muchos alardes sexuales, y que las ansias exhibicionistas hay que liberarlas de alguna manera, pero ¿no podía haber escogido otra circunstancia menos siniestra?

Y es que cada cual se exhibe como Dios le da a entender. Quien tiene más desarrollados los abdominales que el cerebro, en vez de lucirse dando una conferencia sobre Nietzsche, preferirá quitarse la camiseta después de meter un gol. Y viceversa, quien ande más sobrado de oratoria que de musculatura, en lugar de despelotarse en público, hará mejor aprovechando su labia.

Porque a priori no hay nada malo en exhibirse. Siempre que haya algo digno de pregonar, naturalmente. Archiconocida es la anécdota del torero (Mario Cabré, según unas versiones, Dominguín según otras) cuando, tras un envidiable encuentro amoroso con Ava Gardner, salió escopetado de entre las sábanas, ante el pasmo de la actriz, que le preguntó, claro, adónde iba con tanta prisa. ¿Y adónde iba a ir? A contarlo. Pero al menos lo que tenía que contar era que acababa de acostarse con Ava Gardner. No con la vecina del quinto.

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