La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Ares y mares. Abundancia. Del calendario. De la honra que merecen los cofrades antecesores. En este tiempo de la santa Cuaresma -también de provecho para la confraternización- no podemos por menos que sacar a la palestra, que traer a colación -y no necesariamente apelando a la memoria selectiva- la singladura vital de hombres cuya entrega cumplieron con creces cuanto podemos denominar como la misión del cofrade. Ya hemos reiterado por activa y por pasiva, sin encomendarnos ni a Dios ni al diablo, ni tampoco saliendo a pecho descubierto por la vía de Tarifa -menos aún por peteneras- que aún no se ha escrito la enciclopedia de quién fue quién en la Semana Santa de Jerez. Como una especie de dramatis personae entre las bambalinas del rigor descriptivo. Fuera de toda componenda subjetiva. Y atenta a la addenda et corrigenda que necesaria fuere. Las hermandades también están constituidas por la estructura ósea del recuerdo. Por la radiografía nominal de nombres y apellidos. Por el chequeo del dato y la data con carnés de identidad. Por la superposición de un registro de miembros. Por la señalización in memoriam. Por el pasaporte al reconocimiento post mortem.
Hoy nos colamos de rondón en un imaginario cuarto de revelado de fotógrafo de prensa. Aquel habitáculo tocado antaño por el hechizo de la magia periodística de cuando entonces. Cada noche el natalicio del papel blanco y su ascendencia hacia la imagen. Hacia la imagen gráfica. En un proceso delicado y no resbaladizo. Con el pistoletazo de salida del funcionamiento rítmico de la rotativa a punto de caramelo. Ese baile acompasado de cada madrugada en un runrún delicioso con hambre de nueva edición. Y el fotógrafo de la nostalgia hoy nos retrotrae varias décadas. Y nos sitúa a mediados de los años 70 del pasado siglo. La Semana Santa de Jerez operaba cambios sustanciales. Sobre todo en lo concerniente a su relevo generacional. Ley -intransferible- de vida. Los denominados barones de las cofradías, los antiguos, aquellos que protagonizaron fundaciones y reorganizaciones y mantuvieron incólume el espíritu y el sello de cada corporación contra viento y marea y además edificaron -con sangre, sudor, lágrimas y excedentes de esfuerzo- un patrimonio material e inmaterial en calendas a más inri de estrecheces económicas, ya alcanzaban muy avanzadas edades -y cuya realidad obligaba a la digna retirada de la dirección de las hermandades por cuestiones no meramente cronológicas sino también, por descontado, por las debilitadas posibilidades físicas-. Abriendo los brazos, empero, a su vez a la savia que venía pidiendo paso.
Paralelamente a la Transición en la política española, también un deje de cambio generacional se producía en cuanto a los máximos representantes de las cofradías se refiere en este apasionante tramo de los años 70. No en balde estamos en disposición de acuñar un relevo que aún mezclaba la incorporación de nuevos integrantes con la permanencia madura -y necesaria- de cofrades de mucha y sabia experiencia acumulada a lo largo y ancho de trayectorias de ora et labora al pie del cañón. Los unos y los otros, los incipientes y los clásicos eran, todos, señores. Si entre ellos nacían diferencias e incluso algún puntual enconamiento de la relación, jamás apelaban a los extremismos. Ni al modus operandi de la bajeza o la falta de estilo. Y en la mayoría de los casos las aguas volvían a su cauce -pelillos a la mar- bajo el impacto de dos fuerzas todopoderosas: la prevalencia del perdón a la recíproca y la anteposición de la compostura evangélica en el supremo concepto de la fraternidad. Sin escandaleras ni salidas de tono además ante la opinión pública. También es cierto que las Hermandades siempre han sido un imantado reflejo de la sociedad en la que, por épocas, se encuentran inmersas. Algunos cofrades veteranos, con conocimiento de causa en las alforjas y mil batallas en ristre, me comentaban estos días que ahora se ha esfumado -so pretexto de derechos adquiridos y libertad de calumnia- el respeto. Antaño el respeto comandaba. En todos los estratos sociales. En las relaciones institucionales y en los ámbitos convivenciales de régimen interno. Sin intervalos. Sin concesiones. Las cofradías eran pródigas, ya digo, en caballeros respetables. Las formas se daban por hechas. Estaban a todas luces garantizadas.
En este sentido, siempre en pro del conocimiento de los cofrades más jóvenes del actual 2024, publicamos una fotografía nutrida de nombres históricos de nuestras cofradías que operaron a ojos vista esa Transición arriba aludida. Representantes del Consejo de la Unión de Hermandades en una mañana de Domingo de Ramos. Reconocemos, entre otros, a José García Soto, Juan Huertas, José Pérez Raposo, José Salido Paz, Juan Cervilla Ortiz, Juan González García y Francisco Rodríguez Romero. Hoy, primer viernes de marzo, rendimos tributo a todos ellos. Por cuanto trabajo y sacrificio depositaron en pro de nuestras cofradías. Este ‘Jerez íntimo’ revalida su pugna contra la amnesia colectiva. Una fotografía en blanco y negro entraña, por encima de cualquier otra clarividencia, el testimonio de lo incontestable. Como un derroche de justicia sobre la callada por respuesta. Como un cirio encendido en el cuarto oscuro de la mudez histórica. Como un cordón umbilical entre aquello que fue y esto que ahora precisamente somos. De generación en generación…
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