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Hay cosas peores que robar en un supermercado tarros de crema antiarrugas. Y es que, estando feo meterse en el bolso esos productos que salen a mejor precio cuando se dejan sin pagar, tampoco hay que sacar las cosas de quicio confundiendo a los rateros con los genocidas.

Por eso podría sorprender que la noticia política de la semana haya tenido como protagonista a una señora que hace años fue pillada afanando unos simples productos de belleza. Pero como esa señora se acabó convirtiendo en presidenta de la Comunidad de Madrid, como amenazó además con ser el azote de los corruptos (aunque luego ella misma se viera envuelta en la falsificación de un título universitario), es lógico que al final saliera a relucir su intento frustrado de chorizar potingues contra el envejecimiento.

Hay trabajos que llevan implícitas ciertas renuncias. Igual que no sería adecuado ser abadesa de un convento y controlar a la vez la trata de blancas en los alrededores, tampoco parecería la persona más idónea para gobernar una región aquella que padezca el mal de la cleptomanía. Más que nada porque en esos gobiernos se manejan unos presupuestos que a veces superan lo que podrían costar todos los botes de crema antiarrugas de la Comunidad de Madrid, con lo cual la tentación de meter la mano podría ser enorme.

Así y todo, caben dos posibilidades: que la señora Cifuentes sea tan sinvergüenza como aquellos a los que ella decía combatir o que padezca la misma enfermedad mental que padecía la actriz Winona Ryder, cuyo único dilema moral antes de robar algo era si le cabía en el bolso o no.

En el primer caso -el de ser una sinvergüenza- el cargo que ocupaba no era el más apropiado para ella, ya que presidir comunidades autónomas no suele ser lo ideal para alguien que, en cuanto cree que no le están vigilando, aprovecha para llevarse lo que no es suyo.

En el segundo supuesto -el de padecer una enfermedad mental-, casi peor. Si como ella misma ha declarado, aquellos tarros que le pillaron escondidos habían llegado a su bolso involuntariamente (porque insiste en que los cogió sin querer) ¿qué desvaríos no habrá que esperar de alguien cuyo albedrío se rige por las mismas normas que el juego de la gallinita ciega?

Traducido al lenguaje de Rousseau: ¿cómo esperar que la voluntad general del pueblo sea gestionada por alguien cuya voluntad particular está como una regadera?

Con tal de quitarle importancia, los muchos defensores que tiene esta señora han querido simplificar el caso reduciéndolo a una cuestión de números. Como los botes de crema que robó no costaban ni 50 euros, el hurto les parece bastante cutre, sobre todo si se compara con esos otros desfalcos brutales que envilecen la política española. Un argumento que sería respetable si no fuera tan fullero, porque ni las mentiras se miden en euros, ni las puñaladas en dólares, ni las traiciones en kilos. Así sean kilos de billetes.

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