Fernando Taboada

Profesiones obsoletas

HABLADURÍAS

11 de julio 2009 - 01:00

A pesar de las insólitas cifras del paro, del malestar parlamentario y de las cariñosas protestas sindicales, me parece que en España aún trabaja demasiada gente. Porque en un país moderno tampoco hay tantas cosas que hacer. Cuando éramos pobres sí había faena para rato, pues hacían falta aguadores, serenos, limpiabotas y afiladores de cuchillos. Pero ahora, desde que existen los grifos de agua corriente y las farolas eléctricas, desde que hay cajeros nocturnos en los bancos y porteros automáticos en las casas, casi todas las profesiones han perdido su razón de ser.

Y luego están los salarios. Todavía si aquellos que trabajan lo hicieran por gusto, sin pedir nada a cambio, la situación tendría un pase, pero en el momento en que los trabajadores pretenden cobrar un sueldo todos los meses, disfrutar de unas vacaciones todos los años y tener veinte minutos para el bocadillo todas las mañanas, la cosa se pone muy cuesta arriba para la parte contratante conocida con el nombre de empresa.

En muchos aspectos fueron pioneras las estaciones de servicio. Viendo que a los conductores les encanta repostar por su cuenta y llenar el tanque a la vez que se ponen la ropa perdida de gasolina, decidieron despedir a muchos empleados. Luego vinieron las fábricas de muebles, que optaron por ahorrarse unas cuantas nóminas invitando al comprador a montarse él mismo su propio armario de seis puertas. Los bancos tampoco se quedaron atrás y cerraron sucursales nada más comprobar que a sus clientes lo que más les entusiasma en esta vida es guardar colas y entretenerse rajando sobre lo mal que funciona todo.

Pero aún queda mucho por andar. El colapso de la Justicia es un buen ejemplo. Insisten los más despistados en que la lentitud de los procesos se debe a la escasez de personal, y resulta que es exactamente al revés. Con tanto jaleo de abogados, jueces, procuradores y fiscales, que nunca acaban de ponerse de acuerdo, los trámites se entorpecen una barbaridad. Pero tan pronto como el poder judicial elimine del mapa a toda esa plantilla superflua e instale en su lugar unas máquinas expendedoras de sentencias, no solo se agilizarán las diligencias, sino que ahorraremos un pellizco, ya que bastará, para mantener el aparato jurídico, con contratar a varios operarios de mantenimiento que hagan revisiones periódicas de los terminales y se encarguen de reponer la tinta cuando se gaste.

Catedráticos, farmacéuticos y conserjes tendrán que ir pensando en dedicarse a otra cosa a medida que nos vayamos modernizando. Así como los médicos, que sobrarán en cuanto los pacientes sean más responsables y tomen conciencia de la burrada que supone el gasto sanitario para las arcas del Estado. Y por supuesto, prescindiremos de los periodistas, que todavía se empeñan en sacar diarios, cuando los lectores ya podrían molestarse un poco y llamar directamente a las agencias de información para preguntar si ha pasado algo últimamente. Y es que -reconózcanlo- se han acostumbrado ustedes a que se lo den todo hecho.

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