Viva Franco (Battiato)
Topónimos que arden
Quizás
Quizás se deba a algún componente de las cremas solares. Puede que se trate de una reacción instintiva ante los posados de la Familia Real en Mallorca; o el resultado de escuchar una y otra vez esa canción de reguetón insoportable, convertida en la banda sonora de los locales de moda. Sea por estas razones, o por otras; en verano aparecen las historias de amor, tan inevitablemente como el sudor o los mosquitos.
Al principio es una sorpresa. Estás ojeando un libro que alguien que no lo ha leído, te lo ha recomendado; y tú intentas comprender de qué va, convencido de que con él en tus manos trasmites una imagen inteligente, aceptable tanto para la izquierda moderada a la que no le gustan los pactos de Sánchez con los nacionalistas; como a la derecha que no desea pactar con Vox. Intentas parecer interesante, pero lo echas todo por la borda cuando pides un Bitter Kas y ella te dice que sólo bebe Chai Late. Dos días después ya os habéis besado, pero toda historia de amor veraniego que se precie, debe de incluir obstáculos insalvables que eleven el componente romántico. El más común consiste en el lugar en el que reside cada uno. Con mil kilómetros de distancia; el hecho de que uno sea del Madrid y la otra mitad tenga un póster de Lamine Yamal en su habitación, es el menor de los problemas. Son días y noches apasionadas en las que los dos enamorados se juran amor eterno y hacem vídeo conferencias diarias para que no se apague el fuego.
Y así lo hacen durante las primeras semanas postvacacionales, mientras los amigos de ambos soportan las fotos desenfocadas y horriblemente enmarcadas, que demuestran que, aunque breve, se trató de un amor de “película”. Pero en Semana Santa uno irá a Nueva York de viaje de fin de curso y la otra pieza de la pareja acompañará a su familia a visitar las cataratas de Iguazú. La rutina hará el resto y un año después, uno veranea en Asturias y quien iba a ser su amor eterno, en las playas de Cádiz.
Cuando años después se encuentren en el aeropuerto de Madrid, hablarán de sus hijos y al despedirse se preguntarán cómo hubiera sido su vida si aquel verano no hubiese terminado nunca. Y con melancolía, concluyen que cuando descansamos, la frivolidad se impone y los helados siempre terminan derritiéndose.
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