De lo artificial

Gafas de cerca

05 de agosto 2025 - 03:05

Los cantes de ida y vuelta son un ejemplo de círculo virtuoso. Tal expresión denomina a los palos flamencos que provienen de la fusión de España con América, inmensa y secular. Sobre la rumba, la guajira o la colombiana, que hable mejor el maestro del ramo y compañero Manuel Bohórquez. Pero son criaturas transoceánicas de un bumerán sonoro, de compás y melodía que guisaron españoles que hicieron las Américas, vivificando, a su vuelta, el cosmos flamenco (para mí, misterioso). Es un caso de mestizaje.

Apasionante es la promiscuidad etimológica. Uno alucina cuando oye en Grecia pedir la cuenta con la palabra logariasmo, que metaforá es transporte, y atomiko, individual, ¿habrá algo más individual que un átomo, un viaje semántico más dulce que una metáfora, algo más calculado que una factura? Decía el joven de American Beauty, observando una bolsa de plástico danzar al viento: “a veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no lo puedo aguantar”.

Ida o vuelta, de Grecia los romanos se nutrieron de sabiduría e institucionalismo, y también de prefijos y sintagmas (del griego reunión y, en grandioso alarde, Constitución). A cambio, aportaron orden, y aprendieron de las hermosuras universales de un imperio decadente (los griegos sostienen con legítimo orgullo que lo latino es un arte menor de lo helénico; como, dicho sea al caso, el cristianismo es un atajo del judaísmo). Pensé que la madre de artificial pudiera ser greca, y no: proviene de la voz latina ars, o sea, arte o destreza, habilidad y técnica; y precisamente technicós significa arte en el idioma de Homero. El segundo ingrediente de artificial es facere, hacer; o sea, algo humano, en contraste con lo que es natural. Artificio, artefacto, artesano y artista son ranas de la misma charca.

Sostiene un hermano que, para escribir un artículo, la Inteligencia Artificial te regala un texto decente y te aporta datos fiables. Empero, argumenta, al alma, al sentimiento y su asombro y su sesera no los suplanta el robot inferencial que todo lo sabe y lo dice, con una inmediatez que mueve al pasmo. Por eso, entre otros sectores y profesiones, incluido el arte, el oficio informativo sobrevivirá sólo si aporta lo que no ofrece la máquina omnisciente: humanidad, criterio, perspicacia atómica, estilo y, a la postre, filosofía: del griego philos (amor) y sophia (conocimiento). Para todo lo demás, el Sabelotodo Digital.

No es cosa de enrabietarse: la rapidez en la consulta y uso de datos y hechos que aporta la IA matará a la Wikipedia y a los manuales y diccionarios digitales. Ellos ya mataron a los volúmenes encuadernados, que crían ácaros. Como el vídeo a la estrella de la radio, cantaron lo Buggles. Temazo pop que, con 45 años, es de ida y vuelta. Hasta que nos subyugue la nueva artificialidad, bien está: da servicio y eficacia. Pero quien sólo tire de IA palmará filosóficamente. Amar al conocimiento y la crítica exige curiosidad y creatividad. No todo va a ser robótica. En manos de quién sabe quién.

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