Francisco Bejarano

Los conversos

Hablando en el desierto

13 de febrero 2014 - 01:00

PESE al ejemplo glorioso de san Pablo, los conversos no son de fiar. Acuérdense de los moriscos españoles o del celo de los judíos conversos a la hora de perseguir a sus antiguos hermanos en la fe. En los nacionalismos también los hay y se esfuerzan en alcanzar méritos, para hacer de menos a los regionalistas de Cambó y en poco las fábulas delirantes de Arana. Los verdaderos nacionalistas lo dicen claro, cuando después de enseñar la patita enharinada por debajo de la puerta, nos confiamos, le abrimos y nos damos de cara con el lobo: no todos los nacidos en Cataluña son catalanes, ni, con más fundamento, son vascos los nacidos en el País Vasco. Así debe ser para que los nacionalismos sean lo que son de verdad: una raza, una lengua, un terruño y, a ser posible, una religión. Y una historia, habría que añadir, pero esto es lo de menos porque las historias se pueden inventar.

Una de las discusiones más controvertidas en el moderno Israel fue la de establecer quién era judío. No era lo mismo tener la nacionalidad israelí o haberse convertido a la fe judía que ser judío de verdad. Judíos eran los hijos de padre y madre judíos libres, aunque se hubieran convertido a otra religión, y nadie más. No sabemos cómo quedaría el asunto, pero en la Biblia así es: todos somos descendientes de Adán, Noé y Abraham, pero hay clases: no engendran pueblos iguales los nacidos por línea recta (Isaac) que el hijo de la esclava (Ismael), ni los descendientes de los malditos (Caín, Cam), ni los del incestuoso involuntario Lot, ni los casados con idólatras (Essaú). La nación hebrea es la que es y los demás pueblos son parientes lejanos menores.

Tengan presente los conversos que el nacionalismo es una ridiculez peligrosa y los utiliza como carne de turba y votos, no vaya a ser que los charnegos y maquetos se queden sin estatuto de limpieza de sangre y vuelvan a sus orígenes natales en trenes de deportados. No sería la primera vez. Darles forma nacionalista a los nombres y apellidos castellanos no servirá de mucho, pues la Alemania nazi nos enseñó cómo se descubre a un judío camuflado. Antes será de raza pura un antinacionalista con árbol genealógico derecho que un converso de Las Hurdes. Los archivos mentirán pero las pruebas genéticas delatan. Los conversos a los nacionalismos del metro cuadrado trabajan para su propia destrucción y beneficio ajeno, y, al cabo, no recibirán ni el agradecimiento.

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