Hasta hace nada los felices años veinte eran recordados por muchos de nosotros gracias a las hemerotecas. El Alcázar y los llanos de Caulina eran fotos de trapo negro. Años, vistos en blanco y negro, con imágenes rancias y con un regusto a cavernas de nuestra historia. Pues aquí tenemos otros. No sabemos si para bien o para qué. Si volvemos a lo mismo de entonces o para volver a reescribir la historia. No sabemos con qué adjetivo calificaremos, allá por el 2120, la década de los veinte que ahora empezamos, pero seguro que ya no se usará el de felices por aquello de no ser repetitivo. Un siglo da para mucho, aunque mucho no hayamos cambiado. Por aquellos años se empezaban a hacer colas ilusionadas en los locutorios de las de los primeros teléfonos. Ahora las colas no suelen ser agradables. Menos aún, las del paro en Jerez. La ley seca se instauró sin compasión. Ahora, la de sin humos. Las cartas eran la forma de mandar mensajes. No como ahora, jeroglíficos repletos de emoticonos. Las mujeres empezaron a fumar, a ponerse falda corta y a cortarse el pelo para llamar la atención como Coco Chanel. Ahora son los hombres los que tienen que hacer virguerías para atraer. Las dictaduras fascistas del sur de Europa se gestaron hace cien años, Primo de Rivera atajó la semana trágica catalana y Gandhi era perseguido por culpa de la falta de tolerancia. Hoy en día, la estatua sigue en la plaza del Arenal, la derecha se está renovando, la izquierda acaba con el programa taurino en la SER, las independencias vuelven a ser motivo de conflicto en Castilla León, Cataluña y La Barca, y la intolerancia es la reina de las discusiones. El charlestón sigue enmascarado en el rap, el hip hop y la sevillana. Y para colmo, Freud está más presente que nunca, apoyando la igualdad de género con satisfyer incluido. Lo dicho, en busca y captura de calificativo para una década.

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