Francisco Correal

El lanzador de jabalina

cuchillo sin filo

27 de abril 2012 - 01:00

UNA vez le llamé monja con bigotes. Hoy, que cumple 80 años, espero que Miguel de la Quadra Salcedo me perdone aquel atrevimiento en mis crónicas de alta mar cuando lo conocí surcando el océano Atlántico en septiembre de 1988. Casi un cuarto de siglo después, el aventurero que fue corresponsal de guerra y que ha implicado en la ruta Quetzal a nueve mil jóvenes de España y de América -¿qué político de una y otra orilla ha llegado tan lejos, tan cerca?- ya prepara su nueva singladura en el barco que el 16 de julio, festividad del Carmen, patrona de los marineros, zarpará del puerto de Málaga con destino a Cartagena de Indias.

Cuando Miguel le contaba a Juan Cruz las súplicas epistolares de Teresa de Jesús desde América a Nicolás Monardes, el médico que cultivaba en su huerto sevillano los hallazgos de la flora americana, he vuelto a ver a la monja con bigotes. Su sueño americano nace en 1956 con una beca que le dieron como atleta para ir a Puerto Rico. Ese año Miguel de la Quadra Salcedo debería haber sido olímpico, en la especialidad de lanzador de jabalina, un feudo hercúleo de finlandeses, pero España boicoteó los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956. Ocho Juegos después, aquel viaje en el que salimos a bordo del J.J. Sister de Huelva, con el mallorquín Matías Enseñat de capitán, coincidió con los Juegos de Seúl en los que Bob Beamon destronó a Carl Lewis. No vimos ni una prueba. A bordo había de todo menos televisión. No existían los móviles ni internet. Yo mandaba mis crónicas diarias por fax con el vértigo de que cada día que pasaba tenía que enviarla una hora antes.

Ese viaje selló mi amistad con Mario García de Castro, Juan Manzano y Ángel Gutiérrez, los tres mosqueteros de las efemérides descubridoras. Todavía salgo a correr con la sudadera de Aventura 92, un tucán como icono. La prenda que me acompañó en San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, con Julio Iglesias en el pasaje, y La Habana, donde esperamos en vano a Fidel, que mandó a su esbirro Silvio Rodríguez para soltarles a los chavales en el teatro Karl Marx una plúmbea soflama de exterminios y otras cojudeces, que diría mi amigo peruano Leopoldo de Trazegnies. Menos mal que iba vacunado: yo soy de Silvio y Luzbel, caribeños de norte a sur.

Repetí singladura en 1989, cuando el lanzador de jabalina nos adentró por la desembocadura del Orinoco. Todavía recuerdo a los amigos periodistas de la aventura: el mexicano Agustín Salmón, que fue figurante de Buñuel, el argentino Hugo Caligary, el brasileño Jamary Costa França y los españoles Ramón Balmes, de La Vanguardia (Obrera), Mar Rodríguez y Juan Manuel González, periodista y poeta.

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