Viernes Santo

La Carrera Oficial se quedó esperando otra vez

  • Sólo El Cristo logra llegar a la Catedral tras acortar por la plaza del Arenal Las Viñas y La Soledad regresan a sus templos antes de tiempo y Loreto y La Piedad deciden no salir

SE acabó lo que se daba. Un año más, y ya van doce si los cálculos no son erróneos. La Semana Santa finalizó tal y como empezó: con la lluvia robando un protagonismo que no tenía que haber sido sino de las imágenes y de los cortejos que pueblan la Semana que para muchos jerezanos es la más hermosa del año.

Difícil era que tuviésemos una Semana Santa peor que la de 2012 pero, ya ven, la ley de Murphy se ha cumplido en todos sus extremos: si algo es susceptible de empeorar, empeorará. Hoy, Domingo de Resurrección, es día de reflexionar sobre lo acontecido durante estas siete jornadas y, muy especialmente, sobre la jornada del Viernes Santo, que a buen seguro a ningún cofrade habrá dejado indiferente. Pero vayamos por partes.

A las cuatro en punto de la tarde se abrían las puertas de la parroquia de las Viñas, en el populoso barrio del mismo nombre, para dar salida a la Hermandad de la Exaltación. Con su genuino sabor a barrio y su alegría, nadie diría que en los aledaños de la antigua fábrica de botellas es Viernes Santo. A las órdenes de Manuel Jesús Tristán, y a los magistrales sones de la Agrupación Musical de la Sentencia, salía el Señor de la Exaltación, camino del Pelirón buscando el centro de la ciudad. Al cielo se miraba de soslayo, con cierto miedo. Minutos después, la Señora del barrio, la Virgen de la Concepción Coronada hacía lo propio, comandada a la voz de Isaac Núñez y con los acordes de la Banda Virgen del Castillo de Lebrija.

Cuando ya habían pasado la Parroquia de Fátima, con el correspondiente saludo de la Hermandad de la Paz, y recorridos unos metros de calle Zaragoza, la lluvia hizo que volvieran sobre sus pasos y se refugiaran en el templo de la barriada de La Constancia, desde el que media hora después regresaron a su sede canónica, en la que se recogieron poco después de las ocho y media de la tarde.

Por su parte, junta de gobierno de la Hermandad de Loreto, contrapunto ascético de este día, decidía no hacer estación de penitencia al templo catedralicio en vista de que las previsiones climatológicas no eran optimistas. Nos quedamos sin contemplar la Soledad de María ante la Cruz, verdadera protagonista de la liturgia del Viernes Santo, la María del "stabat mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa", la María que está junto a tantas y tantas cruces y crucificados de nuestra historia y nuestro ahora, pero también la climatología nos arrebató un cortejo clásico, de tintes románticos y decimonónicos, serio y rigurosos, de elegantes túnicas de cola color morado.

Casi al mismo tiempo que desde la Iglesia de San Pedro se anunciaba que la Hermandad de Loreto no haría estación de penitencia, llegaba desde la Real Capilla del Calvario la noticia de que tampoco la Hermandad de la Piedad -la que pone el punto y final pasional a la Semana Santa de Jerez- saldría en procesión. Por tercer año consecutivo las calles de la ciudad se perdieron la inigualable urna que cincelara milimétricamente de Juan Laureano de Pina que contiene el cuerpo del Cristo muerto, yacente, camino del mismo sepulcro donde al tercer día sonará el grito estentóreo de Dios a la humanidad que es la Resurrección. Pero también dejamos de contemplar el clasicismo, el culmen estético que supone el duelo que acompaña a la Señora de la Piedad dentro del palio único e inigualable que bordaran las hermanas Antúnez.

El colofón de la tarde venía desde dos puntos tan distantes en el espacio como cercanos en el corazón.

Desde la antigua ermita de barqueros y pescadores, donde la gente de la mar rezaba a San Pedro González Telmo, la imagen del Cristo (¿hay que añadir lo de la Expiración? Creo que con decir simplemente El Cristo ya se entiende) debía bendecir Jerez con su presencia, y María Santísima del Valle Coronada, la morena del manto rojo, portando la cruz pectoral del querido y recordado Don Rafael Bellido, también acariciaba los rostros de este Jerez tan necesitado de buenas noticias.

Pero, como el hombre propone y es Dios quien dispone, la Hermandad del Cristo tampoco pudo hacer toda su estación de penitencia con la normalidad que todos sus hermanos hubiesen deseado.

Ante la primera llovizna, decidieron ir hacia la Catedral sin ni siquiera hacer por completo Carrera Oficial pues se adentró en ella a través de la plaza del Arenal. Entonces, el ansia de llegar al sagrado refugio catedralicio provocó que el cortejo se alargara enormemente, llegando a haber cofrades de San Telmo por medio itinerario común.

Como detalles a reseñar se encuentra por ejemplo la levantá que dio Monseñor José Mazuelos, obispo de Jerez, dio al palio de la Virgen del Valle y la interpretación por parte de la Agrupación Musical San Juan de la marcha 'Ese gitano prendío' dentro del templo catedralicio.

Tras diversas deliberaciones de la junta de gobierno, se decidió marchar hacia la Ermita de San Telmo pero la climatología no estaba por la labor, teniendo que refugiarse la cofradía en la parroquia de San Miguel a la espera de que hoy, a partir de las cinco de la tarde, las sagradas imágenes regresen a su casa acompañadas por sus hermanos.

Por otra parte, cuando las cosas pintaban bastos, desde casi el otro extremo de la ciudad, al final de la Porvera, la Hermandad de la Soledad sorprendía a propios y a extraños con la decisión, que fue considerada como temeraria para muchos cofrades, de salir a la calle y hacer su estación de penitencia.

El espectáculo del paso de misterio que realizara Ortega Brú, todo un retablo andante por las calles de nuestra ciudad, salía por la puerta de la calle Ponce poco después de las ocho de la tarde, con 48 hombres a las hombres de Jesús Sánchez Lineros. Poco tiempo después, y mientras el elegante cortejo morado y negro avanzaba buscando la calle Guadalete, hacía su aparición la Señora de la Soledad bajo el dintel de la puerta. Pero, claro, siendo la lluvia la tónica habitual de esta Semana Santa no podía dejar de aparecer, de buscar su indeseado protagonismo, ni en el momento en que la Reina de la Porvera enfilaba la Carrera Oficial, viéndose la Hermandad obligada, una vez que entró en la misma a coger por plaza del Banco y Tornería de regreso a su templo, dejándonos sin contemplar por más tiempo por las calles de Jerez la belleza del rostro y de las manos de la Soledad.

Este fue, permítanme la expresión, el broche de latón de una Semana Santa que, de pasar a los anales de la historia, será precisamente por esta climatología tan adversa.

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