Hugh Lofting (1886-1947) ha tenido mala suerte con el cine. O más bien la ha tenido su creación más famosa, el doctor Dolittle, una de esas fantásticas, extravagantes y divertidas criaturas aportadas al imaginario mundial por la edad de oro de la literatura infantil y juvenil británica de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX que suma los talentos distintos de Stevenson, Barrie, Carroll, Kipling, Grahame, Kerr, Travers, Crompton, Potter, Hogdson, Blyton, Tolkien, Lewis, Dahl, White o Blyton (y se ha prolongado en Rowling y otros).
La génesis del personaje es conmovedora: las cartas con breves cuentos que Lofting enviaba a sus hijos desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Publicó el primer volumen en 1920 –con el título, guiño a la tradición narrativa británica del XVIII y el XIX, de La historia del Dr. Dolittle: con noticia de su peculiar vida en casa y asombrosas aventuras en lejanos lugares nunca antes impresas– y su éxito le animó a desarrollar una larga serie de relatos interpretados por este extravagante veterinario.
Tras un primer y más que prometedor interés por su obra –el mediometraje de animación creado por la genial Lotte Reiniger en 1928 con música de Paul Dessau y fondos de Hindemith, Stravinski y Weill– el cine lo olvidó hasta que, para su desgracia, la Fox produjo en 1967 la costosísima y fracasada El extravagante doctor Dolittle dirigida por Richard Fleischer. Injusto fracaso, por otra parte, pese a ser una obra fallida cuyo rodaje fue un infierno; porque, además de una divertida interpretación de Rex Harrison y unos fantásticos decorados del genial Mario Chiari, tenía una magnífica banda sonora de Leslie Bricusse que incluía una canción –When I Look in Your Eyes– que valía por toda la película y versionaron Nancy Wilson, Tony Bennet, Diana Krall, Henry Mancini o West Montgomery.
30 años después vino la versión de Eddie Murphy, simpática como mucho (sobre todo por el doblaje de los animales). Y ahora llega esta cosita. La verdad es que, sumado todo y quitada la versión de sombras animadas de Reiniger, la de Fleischer, con todas sus deficiencias y pérdidas, es la mejor. Porque poco aporta la revisión que ha hecho el autor de engañosos éxitos como Syriana o Gold, la gran estafa. El tono, ritmo y estilo elegidos son incompatibles con el encanto del relato original. No se puede filmar las aventuras de un veterinario capaz de hablar con los animales (y que estos le contesten: gente que hable con sus mascotas hay muchas) como si fuera la guerra de Irak, en ese estilo de falso realismo histérico de planos breves y cámaras Tío Calambres. El resultado fue tan pobre que, tras una primera visión, la productora la retocó. Sin lograr nada. Carece de encanto y de magia. Y eso es lo peor que se puede decir de una película basada en esta original obra que nunca tuvo suerte en el cine.
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