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El caso Padilla | Crítica

El sudor de la vergüenza

El poeta cubano Heberto Padilla (1932-2000) en un momento del documental.

El poeta cubano Heberto Padilla (1932-2000) en un momento del documental.

Tras su presentación en San Sebastián 2022 y un discreto estreno en salas, llega a las plataformas (Filmin, aContra+, Movistar+, Rakuten TV y Amazon Prime) este filme que gira en torno a un extraordinario documento filmado que había permanecido oculto durante 50 años y que sale ahora a la luz para revelar el ejercicio de autocrítica y contorsionismo intelectual que llevó al poeta cubano Heberto Padilla (1932-2000) a un acto de expiación pública en abril de 1971 como consecuencia de sus semanas en el calabozo de la Seguridad del Estado acusado de “actividades contrarrevolucionarias”.

Y llega en un buen momento en tanto que aquel documento encontrado, rescatado clandestinamente de los archivos restringidos del ICAIC, resuena poderosamente en este tiempo de galopante neocensura y cultura de la cancelación atizadas por las nuevas olas de puritanismo y corrección política convertidas en martillos y mordazas contra la libertad de expresión de la que tanto se hace gala como síntoma democrático.

En el extenuante gesto (intelectual y físico) de mea culpa y autocrítica de Padilla se observan todos los signos de la coacción, el sometimiento plagado de aspavientos, transpiración y excesos retóricos de quien está obligado a inmolarse en público y, de paso, señalar y delatar a compañeros de viaje (César López, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez, Norberto Fuentes o José Lezama Lima) para que su gesto sirva como lección patriótica y aviso para navegantes.

Es ese material de verbo torrencial, gesticulación teatral y oratoria ampulosa el que nos conmueve e interpela ahora como testigos de la infamia histórica y nos convierte, 50 años después, en espectadores privilegiados de los más retorcidos mecanismos para escenificar el falso arrepentimiento como única salida para la supervivencia. Y ni siquiera para eso: Padilla pagó primero con la reeducación agrícola y luego con el exilio en Estados Unidos (donde a su vez también fue expulsado de Miami por el lobby anticastrista, así es la vida) los grandilocuentes golpes en el pecho de aquella comparecencia de más de tres horas.

Para contextualizar y aligerar este material preciado y suficientemente elocuente por sí mismo, Pavel Giroud (Omertá, El acompañante) introduce algunos fragmentos de archivo sobre los preámbulos revolucionarios y el estado de la cuestión mundial en aquellos días o inserta y encabalga testimonios y alocuciones de Fidel Castro y escritores que, como Edwards, Cortázar, Cabrera Infante, Vargas Llosa o un tibio García Márquez, se posicionaron entonces más o menos cerca del poeta y sus circunstancias en plena internacionalización de su caso.

Con todo, la filmación original de aquel acto-farsa en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, inteligentemente remontado para dar cabida al revelador e incómodo contraplano de algunos asistentes aludidos, es suficientemente desgarradora y elocuente en lo que muestra pero también en lo que oculta y sugiere como para hacer de este filme una pieza documental de visionado obligatorio sobre los devastadores efectos del totalitarismo y de todo ambiente moral dominado por un clima de censura y miedo