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La crítica

El tiempo y la edad no perdonan

  • Lo extenso y puramente didáctico de la obra no pudieron con el gran trabajo, anoche, del maestro

El tiempo y la edad pasan factura a El duende y el reloj. Ni su duración (el tiempo) a todas luces excesiva ayuda a mantener la concentración y el ritmo, ni su pretendido discurso pedagógico más dirigido al público infantil (la edad) entusiasma hasta el punto de caer rendidos ante el, por lo demás, bonito cuento de Donnier sobre un duende que descubrió el compás y un reloj que le encorsetaba como metrónomo exacto de lo invariable, lo inamovible. Si para algo sirven los festivales anuales es para ver de todo mediante un barrido de las últimas creaciones y propuestas puestas en marcha, preferentemente, en los últimos doce meses. Hasta ahí de acuerdo. Pero probablemente lo de anoche, aun atesorando múltiples cualidades y algún que otro hallazgo escénico, no fuese lo más adecuado como plato estrella y referencia en la jornada de un certamen de este prestigio.

En los últimos años, sobre todo gracias al cine de animación norteamericano, nos hemos acostumbrado a que los dibujos animados y algunos cuentos teóricamente infantiles puedan ir también dirigidos a un público adulto. En la narración de El duende y el reloj, en cambio, hay demasiados minutos en los que caemos en el sopor del didactismo más infantil, o directamente en lo intrascendente, y donde ni siquiera una esforzada Karen Lugo, en el papel de grácil duendecillo inquieto e ingenuo, logra atraparnos en una verdadera historia con alma. Pese a que Latorre habla en el tramo final de El duende y el reloj de hacer trampas al tiempo, es curioso que aun habiendo estrenado la obra hace casi un año no haya desarrollado una labor de separar el grano de la paja y desahogar un montaje que por su abultado metraje -supera las dos horas de duración- se vuelve a ratos plomizo.

Sólo la extraordinaria interpretación de Latorre caracterizado como Salvador Dalí, abriendo sus brazos para evocar los enormes bigotes característicos del genio de Figueras, y un polifacético Cristian Lozano, tan capaz de romper la tabla por farruca como de interpretar a Descartes y hacer de ventrílocuo con la marioneta de Einstein en sus manos, sobresalen en el reparto de una narración muy ambiciosa aunque nunca del todo redonda.

Con la suficiente inventiva para no naufragar en lo plano, visto y sabido que estas propuestas pueden presuponer, el último trabajo de la compañía de Javier Latorre -cuya labor capital en La celestina queda ya en los anales del Festival de Jerez- no termina de convencernos ni emocionarnos. Ciencia y razón, fe y providencia, ortodoxia contra heterodoxia, teoría contra práctica… Reflexiones en voz alta en un intento claro de aglutinar buena danza, buen teatro y buen gusto. Afán por atrapar mucho por el que quizás a la postre se acabe agarrando más bien poco o no tanto como podíamos esperar del genio creativo de Latorre. Un maestro convertido ya en mito viviente de lo que en la actualidad supone montar una verdadera coreografía en este país, no levantar una sucesión de bailes sin más matices ni concepto teatral que los que impongan los estilos y climas musicales.

El apoyo escénico de Pepe Quero, hombre de la escena andaluza ligado al grupo Los Ulen  que ya se embarcó en aventuras de danza teatro flamenco como Alicia, aborda un planteamiento escenográfico limpio, valiente e innovador, pero en el que las nuevas tecnologías juegan un papel destacado aunque fallido. Salvo en la escena donde un Duende virtual (Karen Lugo como transportada a la técnica de animación de motion capture) baila por guajiras, el resto de detalles ayudan a contar la historia matemática del compás con muy poca imaginación respecto de la obra genuina. Todo muy masticado para que el público nunca se pierda a la hora de desentrañar los misterios binarios, ternarios y cuaternarios del flamenco. Bien logrados están los contrastes entre los pasajes academicistas y los momentos oníricos del Duende en los que se suceden los números coreográficos que ayudan al personaje nuclear del espectáculo a completar los doce tiempos que señala el Reloj animado que cuelga de la parte derecha del escenario.

Tras un pequeño descanso, después de que el Duende solicitase reiteradamente seguir aprendiendo, descubrir nuevas variaciones y ritmos, después de un duelo entre soleá y seguiriya, alegrías y cabal, son los fandangos del Niño de Archidona los que devuelven al escenario, ocho años después de anunciar su retirada de las tablas, el mejor aroma bailaor de un Latorre que, sin salirse de la caracterización del pintor catalán, muestra un repertorio dancístico fuera de serie. Un baile estilizado y teatral donde la dicotomía artística que mantiene durante el número el maestro de origen valenciano debería enseñar el camino para muchos atletas del baile actual que olvidan a menudo que danzar también significa interpretar, reposar, colocarse, respirar, pensar... Elementos que tan bien maneja un artista cuyo mensaje final en este nuevo trabajo es la pequeñez del reloj-dictador ante el reino de la libertad de expresión y la fiesta dionisíaca que marca la bulería.

Baile

'El duende y el reloj' Compañía Javier Latorre.

Dalí: Javier Latorre. Duende: Karen Lugo. Leonardo da Vinci: Ricardo Luna. Niño de Archidona: David Pino. Descartes: Cristian Lozano (artista invitado). Cuerpo de baile: Aída Gil, Hugo López, Irene Lozano, Encarna López, Alejandro Rodríguez, Berta Temiño. Cante: Antonio Campos, Delia Membrive (colaboración especial). Guitarra: Gabriel Expósito, Luis Medina. Mandola y cante: José Ángel Carmona. Percusión: Juanfra González, Paquito González (colaboración especial). Guión original: Philippe Donnier. Coreografía: Javier Latorre. Música original: Gabriel Expósito, Juan Requena. Textos: Philippe Donnier, Javier Latorre. Dramaturgia: Pepe Quero. Diseño de iluminación y espacio escénico: Nicolás Fischtel. Diseño de vestuario: Juana Martín (colaboración especial). Marioneta: Titirimundi. Video: Israel Menéndez. Luces: Iván Martín. Sonido: Lauren Serrano. Animaciones: Antonio Zurera, Matías Marcos, Ángel Izquierdo. Realización de escenografía: Keywork. Dirección escénica: Pepe Quero. Dirección: Javier Latorre. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 3 de marzo. Hora: 21,00 horas. Aforo: Algo más de tres cuartos de entrada.

 

 

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