Coag-cádiz

Un cultivo muy agradecido

  • El rábano, que se asocia al consumo de ajo campero y mosto, es uno de los cultivos más típicos en las huertas de la provincia

Abiertos en cruz, crudos, sin más aliño opcional que un chorrito de aceite de oliva y sal, los rábanos son una de las hortalizas más sencillas por naturaleza. Su gusto picante y fresco acompaña a la perfección al tradicional ajo campero, a ensaladas y salsas de la más alta cocina.

El rábano ya era consumido hace cuatro mil años por egipcios y babilonios, pueblos que lo apreciaban, principalmente, por sus propiedades terapéuticas. Figuran en los jeroglíficos del Antiguo Egipto y formaban parte del menú de los constructores de la pirámide de Keops. También se encuentran presentes en la necrópolis de Kaoum y en el templo de Karnak.

Hacia 500 a.C. fue introducido en China, donde se desarrollaron nuevas variedades de mayor tamaño y sabor más suave. Fue muy apreciado por griegos y romanos, siendo estos últimos quienes extendieron su cultivo por España, contribuyendo a su expansión hasta el norte de Europa.

Los rábanos se cultivan al aire libre o en invernaderos -en las zonas más frías-. A la hora de la compra, se recomienda elegir los ejemplares de carne firme, con la piel suave y entera, sin fisuras. Se deben evitar los ejemplares más grandes, ya que su consistencia tiende a ser más fibrosa y su sabor más acre.

El celo del rabanillo

El sabor de los rábanos es diferente en función de la variedad y del suelo en que se hayan cultivado. Los más suaves son los rábanos pequeños y alargados, de color rojo y blanco. El sabor se debe a su aceite esencial, que se localiza en la parte superficial de esta raíz, justo por debajo de la piel.

En muchas zonas también se consumen las hojas de la planta del rábano cuando están frescas, preparadas de modo similar a las espinacas. Una vez desecadas, se utilizan para la preparación de infusiones.

También es popular este producto en la caza, ya que sus hojas son una especie de afrodisíaco para los pájaros perdices que cantan como reclamo. Los cazadores llaman a esta curiosa técnica 'el celo del rabanillo' porque, al comer las hojas, los pájaros cantan con mucho más vigor y obtienen una gran respuesta.

En cuanto a sus valores nutritivos, en el mundo de las raíces, parece que los rábanos no pueden competir con las zanahorias ni con las remolachas. De hecho, casi todos los refranes y dichos populares protagonizados por esta hortaliza se refieren a lo poco que alimenta: 'Rábanos sin pan, poco o nada te alimentarán'.

Sin embargo en el plano terapéutico los rábanos ocupan un lugar predominante, y más particularmente entre los pueblos orientales. Y es que, su alta concentración de aceites de mostaza hace que esta planta sea más picante que otras especies similares como la col y el brócoli, y le da además sus propiedades curativas. El rábano es un remedio popular para la gripe, el dolor de garganta y la bronquitis. También tiene usos externos, se puede aplicar como cataplasmas para estimular la circulación sanguínea. Al igual que otros vegetales crucíferos, tiene compuestos que protegen contra el cáncer.

Rabanitos, nuestra variedad

Los rábanos se pueden clasificar en función de su forma y de su color. De este modo se distinguen tres variedades: rábano chino, japonés o 'daikon', que procede de Japón, tiene forma cilíndrica y alargada y es de color blanco y sabor suave; rábano negro o de invierno, con forma cilíndrica y redondeada, piel de color negro y muy difícil de digerir, mientras que su carne es blanca y más digestiva; y los rabanitos, los que encontramos en la provincia, son una variedad que puede presentar forma esférica, ovalada o cilíndrica, su piel es de color rojo, rosado, morado o blanco, y su carne siempre es blanca.

Gracias a sus pocas exigencias, el rábano es un habitual de las huertas. Se trata de un cultivo que se adapta a cualquier tipo de suelo, aunque los prefiere bien drenados y enriquecidos con humus en forma de turba, abono compuesto o estiércol, y además, es resistente al frio, característica que le convertía, hace años -cuando no había invernaderos y el cambio climático aún no se había producido-, en el entrante o acompañante habitual de comidas, ya que no se disponía de otras verduras que ejercieran la misma función.

Cuando se cultivan rabanitos es frecuente que, dado su rápido crecimiento, se hagan asociaciones, intercalando otras hortalizas de ciclo más largo, tales como zanahoria o remolacha, por ejemplo. Se pueden colocar también entre lechugas u otros cultivos, al final de los surcos o en cualquier otro lugar, para llenar los huecos y evitar la aparición de malezas.

La siembra intercalada con otras verduras persigue dos fines: optimización del suelo por aprovechamiento de la superficie, aporte de nutrientes para otros vegetales que los necesitan, y evitar que los conejos consuman otros más valiosos, ya que sacian su hambre con los rábanos.

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