Monstruos inesperados

Soñar es descubrir al cineasta que llevamos dentro. Soñando no hay censura, ni ideas predefinidas, ni actores fijos, ni final feliz obligado. Los sueños no se supeditan al guión de quienes nos odian, aman o persiguen

Tristeza, anhelos, preocupaciones, miedo, serenidad y angustia son convocados por la diabólica maquinaria onírica. Tristeza, anhelos, preocupaciones, miedo, serenidad y angustia son convocados por la diabólica maquinaria onírica.

Tristeza, anhelos, preocupaciones, miedo, serenidad y angustia son convocados por la diabólica maquinaria onírica. / © JESÚS BENÍTEZ

Cerebro es la zona más privilegiada, activa, responsable, motora e imprevisible del cuerpo humano. Distribuye las tareas del organismo, determina, analiza, coordina y asesora todas las funciones esenciales sin dejar nada al azar. Este amasijo enrevesado de piel, sangre, materia carnosa, nervios y vasos comunicantes contempla nuestra existencia y la controla en todos sus actos, desde el nacimiento hasta la muerte.

El cerebro es una entidad realista que no admite discusiones, engaños o trampas, siempre da la cara, Su autenticidad es tan notoria que, incluso hasta en los sueños, se nos resume como un elemento exacto e independiente. Así se manifiesta este insustituible órgano cuando, sin  previo aviso o cartelera de espectáculos, nos induce a soñar contemplando escenarios, episodios e historias virtuales que, de forma consciente, nunca recrearíamos. Debemos admitir que vivimos con los ojos bien abiertos y, sólo cierto tiempo, dormidos en ausencia temporal. No es posible soñar eternamente, o trasladar esas fantasías nocturnas a la existencia cotidiana. Somos como un reloj que no se atrasa, ni avanza más por mucho que lo forcemos. De alguna forma, los sueños nos devuelven la emoción por lo desconocido e incluso el interés por la vida.

Soñar es descubrir al cineasta que llevamos dentro. No hay censura, ni ideas preconcebidas. No existen limitaciones de tiempo, ni colores predeterminados, ni actores fijos, ni finales felices obligatorios. Los sueños no están supeditados al ‘presupuesto’ o guión que marquen los que nos odian, aman, detestan o admiran. Ni al sujeto, verbo y predicado que determinen quienes pretendan guiarnos en las tinieblas noctámbulas. Soñar es como contemplar un espejismo en el desierto del alma. Tristeza, anhelos, preocupaciones, inseguridad, miedo, terror, serenidad y angustia son permanentemente convocados por la diabólica maquinaria onírica.

No debemos hacer cola para contemplar la opera prima que nuestro subconsciente genere en forma de sueño. Con los ojos cerrados, sin precisar acomodadores con linternas, la pantalla más opaca del cerebro reproduce un sueño de estrellas con agujeros negros, rabos de nubes proyectando rayos psicodélicos, truenos de arritmia, lluvia ácida y ciclones de cuatro cabezas. Vemos escenas macabras, dantescas, persecuciones inacabables, búsquedas infructuosas. Presenciamos enfrentamientos con la vida en juego. Notamos las espadas en el cuello, descubrimos fantasmas escondidos, carreteras sin final, puertas que conducen a precipicios, ventanas sin cielo, trenes descarrilando, barcos a pique, aviones en caída libre, voces del más allá, barrancos tenebrosos, muertos que saludan, serpientes que nos engullen…

El cerebro es una entidad realista que no admite discusiones, engaños o trampas, siempre da la cara. El cerebro es una entidad realista que no admite discusiones, engaños o trampas, siempre da la cara.

El cerebro es una entidad realista que no admite discusiones, engaños o trampas, siempre da la cara.

Los efectos especiales de un sueño son tan puros como la imaginación que aún no hemos logrado explotar de nosotros mismos. Los sueños pueden encontrar o no explicación, pero su argumento o guión es tan libre que pueden incurrir en todos los defectos de forma y medida. Los sueños ofrecen un aliciente renovado a la rutina, al aburrimiento, al tedio. Monstruos inesperados se manifiestan con realismo dramático, nos asestan golpes y arrastran nuestros cuerpos hacia las cloacas de lo desconocido. Alimañas con cuerpo de dragón impiden entrar en casa o salir de ella. El acto de amor más apasionado se exhibe en un sueño que desearíamos interminable. La tragedia jamás intuida se repite en un sueño recurrente con sudores fríos y sábanas alborotadas. 

El último sueño debe ser como observar una línea de luz que se evapora en ese cuarto oscuro y frío que jamás conocimos. Justo allí, no habrá ni un puñetero mueble con el que tropezarse y despertar...

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios