El Tribunal Supremo reveló que rebelarse no es rebelión. ¿Será entonces un frenesí?, ¿una sombra?, ¿una ficción? A buen seguro fue un sueño, y los sueños, sueños son. Así lamentaba Segismundo el pecado de haber nacido.

El lugar de nacimiento es azaroso pero con una importancia crucial en la biografía de cualquier persona. Los independentistas catalanes, por haber nacido allí, se creen de una raza superior pero no lo son. Los habrá buenos y malos, pero como en Cuenca. Más patéticos resultan los que sin haber nacido allí, o sus hijos o nietos se creen más de allí que los de allí. ¡Pobres charnegos! Solo con ver a Carlos Puigdemont o a Oriol Junqueras, por cierto -con apellido flamenquísimo- queda probado, concluyentemente, que no pertenecen a una raza aria indoeuropea.

Del verbo nacer deriva el concepto nación, que no es otra cosa que el lugar de nacimiento. Pocos defienden su nación, como los sevillanos. Es nacionalismo puro cuando Pareja Obregón canta aquello de: Sevilla tiene una cosa que sólo tiene Sevilla; luna; sol; flor y mantilla; una risa y una pena y la Virgen Macarena que también es de Sevilla. La mismísima madre de Dios es nacida en Sevilla, vecina y paisana.

La diferencia está en el hecho de que el sevillano para vivir este nacionalismo no necesita ser más o mejor que un valenciano o un gallego, ni reniega de su madre patria. Se limita a dar las gracias: «A quién le agradeceré/ haber nacido en Sevilla,/ en la ciudad de los sueños,/ en el rincón donde brillan,/ el Sol, la Luna y el cielo.», decía Rafael del Estad.

El catalán independentista reniega de su padre y de su madre. En el fondo no le gusta haber nacido en España, pero eso no tiene arreglo y viven frustrados. No se conforman con lo mucho que han progresado gracias a estar todo el día protestando mientras el sevillano se pasa el día cantando. Armas de seducción.

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