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No es dolor físico, pero aún duele más en lo hondo del corazón, dejando en quién lo padece una sensación de soledad que no encuentra consuelo y que por mucho que te digan, por muchas palabras que traten de ayudarte, es imposible compartir a pesar de la buena voluntad, de las frases de condolencia de los que desean cargar, como buenos amigos, con parte del peso que te aplasta…
Duele la ausencia irreparable, precisamente por eso y por no poderla llenar de alguna forma, aunque te aferres a los mejores recuerdos, a los felices momentos vividos con quién ya te falta por la eternidad y que de la noche a la mañana ha dejado este mundo, tras padecer esa enfermedad que, como te dijo tantas veces, no duele al paciente, pero lo va matando día tras día, mientras tú has contemplado con impotencia, como si de una vela se tratara, la vida se le iba apagando poco a poco, irremediablemente…
Duele la ausencia, que es además soledad y silencio, mientras a tu alrededor, en tu memoria y en los objetos que te rodean, en mil gestos y coyunturas que en su día tuvieron sentido y que ahora se te antojan triviales y vacíos, todo parece concitarse para acentuar esa profunda tristeza que te embarga, que ya se presupone hasta el fin de tu propio tiempo…
Recuerdos imperecederos, de días prometedores y alegres, de momentos de felicidad con quién compartió tu vida y tus anhelos y tus logros y los fracasos y esas nuevas tierras donde te llevó el ejercicio de tu profesión, y los hogares repartidos por diversos lugares de esta vieja "piel de toro" por la que sintió siempre tus mismos afanes y tu mismo amor y el recuerdo inmarchitable de sus padres y los tuyos, tronco recio y común sobre el que fuisteis forjando un nuevo brote, una nueva familia que recalaría finalmente en esta tierra, varias décadas atrás…
Duele la soledad y desgarra en el alma la certeza de que ya no volverás a sentir su llave, abriendo la puerta de la casa, ni volverás a contemplarla con esa ropa de estreno que acrecentaba su belleza, ni la verás reír con esa sonrisa tan espontánea que le iluminaba el rostro, ni estará junto a ti por las mañanas, cuando toque reemprender la tarea cotidiana que ahora, por su ausencia, se te antoja y además es cierto, como una penosa obligación que tienes que cumplir para seguir viviendo.
Pasaron los instantes felices de una larga vida compartida; el noviazgo, la boda, el nacimiento de los hijos, el desempeño de la profesión con sus éxitos y con sus problemas, los acontecimientos que os tocó vivir mientras España pasaba del gris al color de la libertad, las bodas de los hijos, y la jubilosa llegada de los nietos, hasta siete… ¡Qué barbaridad¡ ya cumplisteis con largueza, esa que ahora parece no llevarse, con lo de "crecer y multiplicaos…"
Duele la ausencia y mucho, amigo lector y por eso ruego tu comprensión y que disculpes este desahogo de quién trata de escribir cada semana pensando en ti y que hoy se ha permitido expresar en estas letras sus más íntimos sentimientos…
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