He tenido la suerte, como todos los de cincuenta para abajo, de crecer en una democracia, de no tener que salir a la calle a pelear por unos derechos civiles que aun, en buena parte del mundo están inéditos. No tuve que vivir, como la generación de mis padres, en un régimen falto de libertades políticas básicas. Ahora nos parece intolerable que se pudiera vivir con esa falta de libertad política que hacía más pequeña la libertad personal. Aquí al menos, había buena dosis de ésta última; en otros países, la carencia de libertad política es lo de menos, lo más grave es la falta de libertad personal, esa que hace de la vida un lugar menos vividero. No obstante, tengo la martilleante impresión de que la democracia se deteriora a ritmo frenético, porque el atontamiento de la doctrina de la corrección política nos va quitando espacios de libertad a base de autocensura, que es la forma más idiota de perder la libertad. En las democracias occidentales "más libres" la policía del pensamiento progresista tiene cada vez más éxito, más adeptos, más tipos dispuestos a saltar sin que nadie se lo ordene a la yugular de quien ose atentar contra los sacrosantos principios del pensamiento dominante. Me provoca más pereza que indignación. Hemos perdido naturalidad, no se puede decir nada sin que algún "colectivo" se sienta dolido, dañado, vejado. La sobreprotección de lo que alguien ha dado por llamar las minorías (metan en ese saco todo lo imaginable) ha hecho que muchos, siguiendo el vocablo progresista de moda, se "empoderen" para visibilizarse. Pues muy bien, visibles están. Me alegro, ya era hora, pero no criminalicen a las mayorías, se lo ruego. El hetero patriarcado malvado está vencido, lo han conseguido. Me siento- como alguien dice en las redes- un heterosexual atrapado en el cuerpo de un ser humano. Pido perdón.

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