La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Así somos, también

Se califican atrocidades de inhumanas cuando, por desgracia, son humanas. Ningún animal hace esto

Barrio de Horta, Barcelona. La policía científica encontró puertas y ventanas precintadas, y la llave del gas abierta. Todo apunta a que el padre asesinó a sus dos hijos de 7 y 10 años y se suicidó. “Si se confirma, estamos ante un caso de violencia vicaria, la violencia más extrema que se puede ejercer hacia una mujer. Un asesino ha matado a sus hijos con un móvil tan cruel y espantoso como hacer vivir un infierno en vida a su ex pareja” ha dicho la portavoz del Gobierno catalán. Las palabras violencia vicaria no dan idea de la crueldad del acto: se trata de matar a alguien sin matarlo, dejándolo muerto en vida; de causar el mayor dolor que un ser humano pueda sufrir, la pérdida de sus dos hijos, para que el resto de su vida sea un infierno en la tierra. Algo que se suele calificar como inhumano pero que, en realidad, por desgracia, es humano. Ningún animal hace esto.

Al igual que existió el socialismo utópico existe un cristianismo utópico, una sociología utópica o una legislación utópica que se empeñan en confiar contra toda evidencia en la bondad natural del hombre y su progreso moral. Los críticos posteriores del socialismo utópico –sobre todo desde el socialismo científico– le reprochaban que ignorara las condiciones materiales reales de la sociedad existente. Al cristianismo utópico, a la sociología utópica o a la legislación utópica se les puede reprochar que ignoren la naturaleza humana. Sin embargo, a quien no la ignora se le acusa de integrista en el ámbito religioso, reaccionario en el social y punitivo en el legal. Y se le oponen como realidades positivas e incluso verdades absolutas un Dios que perdona todas las culpas, una sociedad que superará todas las crueldades que se creen hijas de desigualdades estructurales y no propias de la naturaleza humana, y una justicia que ignora o atenúa la dimensión punitiva considerando que todos los casos son capaces o merecedores de reinserción.

No se trata de perder la esperanza religiosa en la misericordia de Dios, la esperanza social en la perfectibilidad humana y con ello de la sociedad, y la esperanza jurídico-penal en las posibilidades de reinserción. Se trata de no ignorar de qué es capaz el ser humano y de obrar en consecuencia sabiendo que no basta educar: una de las sociedades más y mejor educadas, más cultas y creativas, incubó en el corazón de Europa el huevo de la serpiente nazi. Porque así somos, también.

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