La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Bécil, Im-bécil

Lo que ofende no son las películas de Bond sino la imbecilidad de esta ola de puritanismo

Fue en Dr. No, allá por 1962, cuando, sentado ante una mesa de juego del club Le Cercle Les Ambassadeurs en Londres, Connery hacía la presentación de 007 con el famoso “Bond, James Bond”, momento en el que entraba el extraordinario tema que John Barry compuso e interpretó con su grupo beat The John Barry Seven. 62 años después podría decírsele al British Film Institute “bécil, im-bécil” a la vista de lo que ha hecho con el ciclo Spies, Swingers and Shadows: The Films and Scores of John Barry que dedicará próximamente a su primer periodo británico en los años 60. En él se analizarán y proyectarán sus trabajos con Lester (Petulia), Losey (Boom!), Forbes (Deadfall), Furie (Ipcress) o Schlesinger (Midnight Cowboy) además de, por supuesto, sus Bond Desde Rusia con amor, Goldfinger, Operación Trueno o Solo se vive dos veces.

Hasta aquí, perfecto. El problema es que, como nos hemos vuelto “béciles, im-béciles”, el BFI se ve obligado a avisar a los espectadores que las películas de Bond pueden herir su sensibilidad y que no se hace responsable de sus contenidos políticamente incorrectos. El aviso, que reproduzco literalmente, dice: “Muchas de estas películas contienen lenguaje, imágenes u otro contenido que refleja opiniones prevalentes en su época, pero que causarán ofensa hoy en día (como lo hicieron entonces). Los títulos están incluidos aquí por razones históricas, culturales o estéticas y estas opiniones de ninguna manera son respaldadas por el BFI o sus colaboradores”. En el caso de Solo se vive dos veces se incluye una advertencia más –“contiene estereotipos raciales obsoletos”– para condenar la representación de los japoneses o que Connery se maquille y disfrace de nipón. ¿Hay que ser imbécil o no?

Los imbéciles suelen creer que los demás también lo son, por lo que los responsables del BFI consideran que el público no tiene la capacidad de contextualizar las películas. Y menos aún imaginan que a muchos espectadores, entre los que me cuento, no les ofenden las ironías y exageraciones de las películas de Bond. Lo ofensivo es la imbecilidad de esta ola de puritanismo que, en versión progresista, revive la vieja calificación beata que, pareciéndole insuficiente la censura oficial y la clasificación para todos los públicos, mayores de 14 años y mayores de 18 años, añadió las de “mayores, con reparos” y “gravemente peligrosa”.

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