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Ha llovido desde entonces, pero recuerdo la que se montó cuando estrenaron en los cines Instinto básico. La mala de la película, aparte de asesina, tenía el pelo rubio y era lesbiana. Y eso es lo que trajo cola. No me suena que se indignaran por aquello las señoras rubias, pero varias asociaciones de lesbianas sí que se lo tomaron fatal (tanto que se apostaron a las puertas de muchas salas en Estados Unidos para pedir que se retirara de las carteleras, no fuéramos a creer ahora que las lesbianas van por ahí matando con un picahielos.)

Yo no acababa de entender por qué las mujeres de las películas podían ser malísimas si las interpretaban Bette Davis o Barbara Stanwick en papeles de señoras casadas -o que dos viejecitas encantadoras como las de Arsénico por compasión se pasaran hora y media envenenando al personal- y que, sin embargo, las mujeres a las que les gustan otras mujeres no pudieran ser un poco puñeteras.

Como digo, ha llovido desde entonces, y por eso hemos progresado tanto. Si habremos progresado, que ahora la Academia de Cine británica, por ejemplo, dejará de financiar las películas donde el malo -independientemente de sus gustos en la cama- tenga cicatrices en el rostro. ¿Se puede saber por qué? Pues está bien claro. Porque las personas con cicatrices en la cara se podrían sentir ofendidas ante personajes como Al Capone, que aparte de lucir un corte en plena jeta, tampoco es que fuera un angelito.

Pero el problema no queda ahí, ya que, aparte de prohibir las películas en las que salen malos con cicatrices, habría que considerar si, por ejemplo, con un caso como el de Capone, no estaríamos insultando también a los calvos, o a los gordos, o a los que llevan sombrero y comen espaguetis, o a los tipos que se llaman Alfonso.

Con tal de no molestar, habría que ir pensando en censurar las películas donde los malos se puedan identificar con alguien: es decir, cualquier película en la que aparezcan delincuentes juveniles, o no tan juveniles, o criminales con bigote, o incluso gitanos, o gachós, o gente mala que cante en un coro.

El cine quizás fuese más aburrido, pero tendríamos la certeza de no molestar a nadie. En la nueva versión, Drácula no solo dejaría de ser rumano, sino que dejaría de dar mordiscos, y El bueno, el feo y el malo pasaría a titularse, qué sé yo, El bueno, el guapo y el otro bueno, de manera que en el séptimo arte todos los personajes acabarían siempre felices y comiendo perdices.

Aunque lo de comer perdices tal vez fuera vejatorio también. Lo sería, por ejemplo, para esos virtuosos ciudadanos de no sé qué organización que han pedido que dejemos de usar expresiones tan crueles contra los animales como la de "matar dos pájaros de un tiro", o esa otra de "coger al toro por los cuernos". Y es que no nos damos cuenta, pero hablando así no sólo empleamos un lenguaje atroz, sino que estamos injuriando a unos bichos que, bastante tienen con aparecer en los documentales descuartizando gacelas y merendando carroña, como para que encima los vengamos a tratar como animales.

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