Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Ahora que el azahar florece sin dueño, los ecos de la noche silencian tambores y cornetas, y los rezos no se santiguan en los bancos de las iglesias es cuando nos damos cuenta de aquello que teníamos a la vuelta de la esquina y no podremos descolgarlo del calendario de los sueños.

Este año no habrá bullas por las calles. Ni saetas en los balcones. Ni promesas tachadas sobre el iris de las miradas.

Tampoco tendremos cebaduras en los pies. Ni cansancios acumulados en los riñones. Ni regresaremos a casa henchidos de felicidad tras vivir en primera persona aquella que una vez nos contaron de pequeño. Y nos faltará descontarle las prisas al segundero. Y guardarnos la estampita de aquel viejo nazareno sin voz que hará de sin duermevela. Y nos faltará pellizcarnos el alma cuando la Esperanza hilvane a nuestros miedos un nuevo amanecer sentenciado de lagrimas y abrazos. Mientras que los cirios callan sus llamas, los zancos se consumen en olvidos. Mientras que las túnicas esperan a ser oreadas, los zaguanes del tiempo se preguntan por qué nadie los transita. Mientras que las fotos aguardan su momento de inmortalizarse bajo nubes de inciensos, las arrugas de las abuelas recuentan una y otra vez el beso que le falta al dobladillo de su memoria. Hasta la luz tamiza su fe triste y sin ganas estos días. Hasta los estrenos enmudecen sus ilusiones en cajas precintadas. Hasta las huellas de los vientos revolotean por los escombros de nuestras ilusiones rotas sin saber qué decir, qué pensar, qué musitar.

La nostalgia camina afligida. Los aplausos sólo se liberan para rendir homenajes. Los versos se vuelven a las tintas de las crónicas con los puntos taciturnos, inacabados, suspensivos…

Y todo porque la propia primavera nos ha robado de un plumazo el corazón, y nos ha dejado una cuaresma sin latido.

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