Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Mis hijos no son mi propiedad, son mi responsabilidad. Tengo el deber de educarlos y el derecho a hacerlo según mis convicciones morales y religiosas. La escuela, que transmite conocimientos, ha de educar también en tolerancia, respeto y solidaridad, enseñar a convivir con el distinto en cualquier orden. Como instructora, está por encima de los padres, pero en la educación en valores, complementa a la familia. No hay un sistema de mayor libertad que éste, y si la escuela pretende hacerse con el monopolio de ambas, mal vamos. No quiero que la escuela a la que van mis hijos, incluso fuera del currículo, imparta enseñanzas como que el aborto es un derecho-aunque venga recogido por ley-, que la eutanasia es un mal necesario, que en la educación sexual en esas edades se les diga a los chicos que tienen que probar de todo para configurar su identidad, que los niños tienen una especie de gen machista o que la heterosexualidad es la herramienta principal del patriarcado. Por eso elijo la escuela católica. ¿Qué usted no está de acuerdo? Bien, lo respeto, no le impongo mi forma de ver la vida, pero no me haga tragar usted con la suya. Para la izquierda hay un modelo único de educación pública que sólo se la podrá llamar pública si asume los preceptos del progresismo político. No me tengo que pagar una educación privada porque usted crea que lo público es sólo lo que entra por su embudo intelectual. Esta lógica nos sitúa a la mitad del país- a ojos de la otra mitad-, en posiciones ultras, en seres de la caverna. Quiero dejar a mis hijos el acervo de valores y creencias que me han dado mis padres, los Hermanos de la Salle o los Scouts Católicos. Ellos después verán lo que hacen. Y no quiero que la escuela reme en contra porque se les antoje a los apóstoles del pensamiento único. ¿Tanto les molesta? Pues sí, y mucho.

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