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Ha tenido que ser durísimo. Ver cómo retiran los lazos amarillos y esas pancartas escritas con tanta ilusión de los balcones de su Palau de la Generalitat ha debido de ser para el presidente catalán como que le arrancaran la piel a tiras. Y es que un golpe tan bajo es difícil de encajar incluso para alguien como Quim Torra, que tiene nombre de boxeador antiguo.

La culpa de todo es de la Junta Electoral Central, que decidió retirar de los edificios oficiales cualquier símbolo que pudiera atentar contra la neutralidad política, y ha tenido que hacerlo precisamente ahora, que empieza la campaña y es cuando más falta hace esa propaganda.

Pero retirar todo aquello que simbolice el independentismo es imposible, más que nada porque el auténtico nacionalista tiene la particularidad de ver señales independentistas en todo lo que se menea. Donde un simple mortal ve que hace un día estupendo para ir a la playa, por ejemplo, el separatista lo que verá es que hace un día estupendo, pero para manifestarse contra el Estado opresor. Y donde alguien oye una rumba, o escucha cantar a los pajaritos, el independentista no percibirá otra cosa que los sones de su himno. Como tampoco verá más que banderas ondeando cuando le esté poniendo a la hamburguesa su tomate y su mostaza.

Por eso, para retirar los símbolos -partiendo del trastorno obsesivo-compulsivo que aqueja a estos individuos-, habría que prohibir, no ya las pancartas y los lazos, sino también las grapadoras, los paños de cocina y los ascensores; los días soleados, las rumbas y, por supuesto, esos botes de kétchup y de mostaza que piden a gritos que alguien cante Els segadors.

Lo que no sabemos aún es cómo actuará esa Junta Electoral en otras regiones de España donde no tenemos separatismos con los que echar el rato. Me refiero a sitios como Andalucía, donde tenemos problemas más urgentes que resolver y por eso no nos gustaría nada que nuestros políticos se limitaran a gobernar según esa variante de los trabajos manuales que consiste en colorear lazos, pintar pancartas o decorar balcones oficiales.

Porque aquí en el sur estamos tan panchos con nuestras rutinas y nuestras macetas, pero a lo mejor nos estamos columpiando en materia de neutralidad institucional. ¿Quién le asegura a usted que no se están conculcando las reglas del juego democrático cuando en la caseta municipal se bailan sevillanas en plena campaña? ¿O cuando se inaugura una exposición de Picasso o torea en las fiestas patronales Morante de la Puebla?

Para alcanzar la neutralidad, lo mejor será ir despolitizando poco a poco las propias instituciones. Mientras la sede de la Diputación siga llena de despachos y no la conviertan en un hotel; mientras el Palacio de San Telmo no ceda sus instalaciones para que los chavales se diviertan patinando; y hasta que el Senado no se aproveche para encerrar el ganado por las noches, todas esas dependencias oficiales tendrán una función -nadie lo duda-, pero de imparciales no tendrán absolutamente nada.

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