Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Ni una más ni una menos. Según las cuentas que echó un simpático líder catalán, salen nueve naciones en España, repartidas por la península y sus archipiélagos, cada una con sus lindes, su bandera y algún que otro baile regional para el día de la patrona. Pero esta clasificación es bastante grosera. En España se pueden identificar nueve naciones, pero también diecisiete, o ciento y pico. Todo depende del humor con que se levante uno esa mañana.

A la hora de reclamar patrias, siempre se apela al terruño, al idioma o a alguna batalla más o menos apolillada que venga bien para poner en el escudo. Pero se pasan por alto otros hechos diferenciales, como el horóscopo, la tenencia de bigote propio o la manera de preparar el cocido. Lo territorial marca, no hay duda, pero ¿acaso no tienen el mismo derecho a decidir que los catalanes, por ejemplo, los que sean zurdos de condición?

Hablamos con absoluta normalidad del derecho de autodeterminación en el País Vasco, pero ¿no tendríamos ese mismo derecho los que padecemos astigmatismo, o los aficionados a la pesca submarina? Nadie se sorprende si un grupo de encapuchados corta una carretera para lograr la independencia del trozo de mapa donde les tocó nacer. Pero ¿y si los que cortaran esas carreteras fueran los que nacieron con intolerancia a la lactosa? ¿Y si se encapucharan los nudistas para reclamar una república en la que dejaran ir en pelotas por la calle? ¿Se les trataría con los mismos miramientos?

Habría que pasarse la vida sacando urnas para votar, pero sería la mejor manera de contentar a quienes exigieran el derecho a la autodeterminación de los sonámbulos, de los platónicos o de los que cantan en la ducha.

Igual que se sienten orgullosos los que nacieron en un lugar determinado, habría que respetar un nacionalismo cronológico que juntara bajo la misma bandera a los que se sientan especiales por haber nacido en 1968, o en martes, o una noche de luna llena. Por eso, con nueve naciones no tenemos ni para empezar.

Con tantas sensibilidades como hay -entre gustos musicales, equipos de fútbol y maneras de vestir-, habría que establecer fronteras incluso dentro del propio domicilio. Aunque eso tampoco sería problema. Igual que hace años se delimitó en los bares una zona de fumadores y otra para los que no aguantaban el humo, se podrían establecer fronteras con mamparas entre los que comen carne y los del país vecino, que prefieren el pescado. La paz estaría incluso más garantizada que en las naciones fundadas en torno a criterios geográficos porque entre los fumadores, o entre los antitaurinos, siempre habrá más afinidades que entre la condesa de Figuerola y un albañil de Cornellá.

Lo único complicado será llegar a pactos de gobierno, pues tendrían que negociar los nacionalistas de toda la vida con los recién llegados: o sea, con el partido nacionalista de las que calzan tacones, con el de la tortilla sin cebolla y con los nacionalistas del Real Betis Balompié. Eso si no hay sedición en el fondo sur, que tampoco habría que descartarla.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios