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El vocablo 'aporía' puede ser sinónimo de paradoja, que es una contradicción a la que llegamos partiendo de determinadas suposiciones. Sin embargo 'aporía', expresa mejor aquello sobre lo que hoy quiero escribirles. La R.A.E. la define como "enunciado que contiene una inviabilidad de orden racional", y de una de estas inviabilidades en el orden que la razón admite, es precisamente sobre lo que hoy, si a ustedes así les parece, vamos a reflexionar.
Resulta que el hombre es un animal racional y social. Son las dos más relevantes características que lo diferencian del resto de los animales que pueblan el planeta. Si las colocásemos en el orden cronológico en el que se adhirieron a nuestra condición, primero fuimos sociales, luego se desarrolló el cerebro y con el tiempo llegó la razón, bien es cierto que el grado de «razón» que han alcanzado muchos de los individuos de nuestra especie hay que contemplarlo al microscopio para poder encontrarlo.
La necesidad de unirse para mejor defenderse de las bestias, mucho más poderosas, que en aquellos entonces dominaban la Tierra; la conveniencia de estar juntos para así poder dar caza a animales más grandes, veloces y mejor dotadas que ellos, y procurarse de este modo el imprescindible alimento; y los muchos beneficios que conseguían ayudándose unos a otros y colaborando entre ellos, digamos que condujeron, si no forzaron, a la obligada relación entre unos y otros, entre grupos familiares luego, entre poblados después, y entre sociedades consolidadas y asentadas más adelante.
La evidencia demuestra que el hombre, sí, es un animal social. Asunto bien distinto es cuando de lo racional hablamos. Dejando, por el momento, al margen las consideraciones que luego tendremos en cuenta, es obvio, sí, que el ser humano es racional, su capacidad para ser consciente del mundo en el que vive y de lo que hace, su posibilidad de relacionar, comparar y deducir, lo hacen especie única entre todas las que conocemos. Pero de poseer la razón, es decir: tener la opción de actuar de modo racional, a hacerlo así, hay todo un universo, no un mundo, un universo.
Que somos sociales es pues un hecho, que somos racionales también lo es. Pero si es la razón la que nos diferencia y es así mismo una de la circunstancias que, como humanos, nos determina, y si, por la otra parte, tenemos la necesidad de relacionarnos para atender esa faceta de nuestra condición que implica sociabilidad, ¿no debiera ser imperativo que usáramos la razón, que nos asiste, para mejor relacionarnos?, pues así debiera ser, pero no es así como es. He aquí la aporía que da título a esta coloquio entre usted, amable lector, y un servidor, que escribe el guion.
Para poder construir la sociedad, cualquier tipo de sociedad entre seres humanos, hemos de entregar a cambio parte de lo más valioso que, después de la propia vida, poseemos, la libertad. Pues no sería factible la convivencia sin renunciar a esa parte de libertad que debe terminar donde empieza la del otro. Si estuvimos dispuestos a hacer semejante sacrificio, privarnos de una parte de la sagrada e intocable libertad para vivir conforme a nuestra condición, no existe mayor estupidez que no sacar buen y justo provecho de esta singular y preciadísima cesión. Sin embargo no lo hacemos, y no sólo no lo hacemos, es que hacemos lo contrario: construimos una sociedad que nos mata.
Para convivir es imprescindible el respeto, entre otras razones porque hemos entregado parte de nuestra libertad para ser respetados. Aun así, no nos respetamos, pero sí que nos mentimos, engañamos y traicionamos, que nos atacamos, herimos y hasta nos matamos. Y nos matamos no como un león mata a un búfalo, nos matamos con sadismo salvaje, con inimaginable crueldad. Tomas Hobbes, filosofo empirista inglés, popularizó aquello de "el hombre es lobo para el hombre" —no fue él quien primero lo dijo, sino Plauto—, no obstante, y siendo el aforismo muy literario, no se corresponde con la realidad. No hay animal que mate del modo en el que el hombre es capaz de hacerlo. El goce que parece inundar el alma de las almas negras al infligir espantoso dolor e impensables sufrimientos a los de su misma especie, no tiene en la naturaleza posible parangón. El hombre es monstruo, no lobo, para el hombre. Y dicho esto, diremos además que el lobo tampoco es lobo para el lobo, lo es para el cordero o la cabra, pero no para el lobo. No merece el cánido que comparemos su instinto de supervivencia con el deplorable salvajismo de nuestra condición miserable.
Contamos con la razón, para pensar y encontrar el modo en el que construir una comunidad, al menos, aceptable, para todos. Y en lugar de hacer uso ella, de la razón, lo hacemos de nuestros más bajos, execrables y repugnantes instintos. Existimos pues, en tanto que la vida pasa y muchos se van para no volver, en una insoportable contradicción, en una inconcebible e insufrible aporía. Y no se puede vivir así.
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