Jerez en el recuerdo

Rosa Celeste

  • En Jerez los problemas de salud más frecuentes en la segunda mitad del XIX eran los gastrointestinales en verano y las afecciones respiratorias en invierno.

DESDE la más remota antigüedad el hombre utilizó el agua para curar sus enfermedades, pudiéndose asegurar que durante milenios y, junto con las hierbas recogidas por sabios y hechiceros de las sociedades primitivas, fueron los únicos remedios que la humanidad pudo disponer en la antigüedad para aliviar sus males. Ya Hipócrates, padre de la Medicina, distinguía entre aguas sulfurosas, nitrosas, bituminosas y ferruginosas. Los romanos fundaron estaciones de baños a todo lo largo y ancho de su imperio. También los indios de América del Norte conocían las virtudes curativas de las aguas termales. Los pueblos de la antigüedad, agradecidos por los beneficios recibidos por las aguas medicinales las colocaron siempre bajo el amparo de sus divinidades, levantando en no pocas ocasiones suntuosos edificios, algunos de los cuales han llegado en aceptable estado de conservación hasta nuestros días.

Y es que la medicina siempre se sirvió de las aguas minerales como remedio para el tratamiento de enfermedades crónicas. Es sabido el escaso arsenal terapéutico disponible en tiempos pasados, por lo que la práctica hidroterápica sirvió de forma eficaz como alivio de dolencias que no eran posibles remediarlas o paliarlas por ningún otro método. Claro que en el peor de los casos, unos días de descanso y relax en una confortable estación balnearia con el convencimiento pleno de su beneficio terapéutico, obraba el milagro que las sales disueltas en el agua no eran capaces de conseguir. Y es que, ya se sabe: el organismo humano es una entidad psicosomática en la que casi siempre el psiquis prevalece sobre el soma, de ahí muchas curaciones asombrosas y a veces inexplicables por la ciencia.

Breve ojeada sanitaria al Jerez del XIX

En Jerez los problemas de salud más frecuentes en la segunda mitad del XIX eran los gastrointestinales en verano y las afecciones respiratorias en invierno. Otras enfermedades muy comunes fueron las fiebres tifoideas, la tisis y los reumatismos, éstos últimos debidos a la insalubridad de muchas viviendas y a la mala alimentación en muchos casos. Enfermedades crónicas de la piel como eczemas, tiñas, pruritos, sarna, herpes e impétigos eran también muy frecuentes como consecuencia de la falta de higiene. Problemas de hígado y estómago siempre achacables al abuso alcohólico, así como úlceras de piernas, sífilis, viruela y degeneraciones cancerosas castigaban a una población en la que escaseaban los medios sanitarios. Por último, el paludismo producido por las numerosas charcas existentes en los alrededores de nuestra ciudad, completaban el abanico de la patología habitual. En estas circunstancias, la tasa anual de mortalidad daba en nuestra ciudad la escalofriante cifra de 3,30 por cada cien habitantes.

El Balneario de Rosa Celeste

Para paliar muchas de estas enfermedades la gente recurría con frecuencia a la balneoterapia, para ello existieron en Jerez durante el siglo XIX tres establecimientos balnearios. Estos fueron los de Gigonza situados en el castillo del mismo nombre entre San José del Valle y Paterna, San Telmo en la zona sur de nuestra ciudad, y Rosa Celeste en el Paseo de Las Delicias. En esta ocasión nos vamos a ocupar solamente de este último, por ser quizás el menos conocido y del que escasamente se ha escrito.

La hacienda de Rosa Celeste estaba situada en el denominado pago de la Canaleta a la salida de Jerez en la carretera de Cortes. Comprendía las tierras sobre las que hoy se asientan la barriada de la Vid y el antiguo cuartel de Ntra. Señora de la Cabeza, hoy desaparecido, en cuyos terrenos se asienta actualmente el Campus Universitario de Jerez. Pues bien, a mediados del siglo XIX, dicha finca estaba dividida en varias suertes de tierra y cada una arrendada a diferentes colonos. Uno de estos, excavó un pozo a fin de suministrarse agua para el regadío. Horadando el suelo, tropezó con una capa muy dura de roca caliza y, al romperla, saltó con fuerza un chorro de agua que llenó todo el pozo en poco tiempo. Aunque el agua era cristalina, pronto el labrador pudo percibir un nauseabundo olor a huevos podridos, pese a lo cual comenzó a regar con ella. Muy pronto pudo descubrir que las plantas se cubrían de un polvo blanquecino y muchas de ellas no crecían.

Pasado el tiempo estas tierras fueron adquiridas por D. Manuel Ponce de León, el cual se percató que el olor del manantial se debía exclusivamente a ser de agua sulfurosa, por lo que reunió en la finca a los más destacados médicos de la ciudad como Ruiz de la Rabia, Ramón Coloma, Francisco Revueltas, Manuel Fontán y Domingo Grondona, los cuales tras analizar su composición química le animaron a la iniciación de un proyecto que culminaría con la apertura del nuevo balneario. Como es lógico por la época, no existen fotografías del mismo al menos que sepamos, así como tampoco hemos encontrado ninguna ilustración que nos permita visualizar sus instalaciones, por lo que en este artículo hemos incluido algunas fotos del Balneario de San Telmo para que tengamos una idea de cómo era un balneario del siglo XIX.

Según lo describe el médico Domingo Grondona, el Balneario de Rosa Celeste tenía forma rectangular con cuatro fachadas y ocupaba una superficie de seiscientas noventa varas cuadradas. Al frente, nos describe, presentaba una bonita escalinata con balaustrada de hierro que conducía a la puerta principal, sobre la que se ostentaba el escudo de armas de los Ponce de León. A uno y otro lado de la puerta había un bonito balcón y una ventana cuadrilonga. En la fachada norte había tres puertas que daban entrada a los baños generales y otra en el centro que daba al cuarto de calderas. Al entrar por la puerta principal se hallaba un espacioso salón de descanso, tras de este, un alegre patio rodeado de galerías cuyos techos estaban sostenidos por columnas de hierro del mejor gusto. A uno y otro lado, elegantes puertas góticas daban entrada a los cuartos de baño; en ellos hay espaciosas bañeras de vistosos azulejos con dos llaves o grifos: uno de cristal para el agua mineral y otro de bronce para el agua caliente. El balneario tenía 14 habitaciones individuales y dos familiares; estas últimas con capacidad para tres personas. Todas las habitaciones estaban dotadas de todo lo necesario para la comodidad de los bañistas como perchas, mesas y espejos. También disponía en el exterior de dos baños generales o pequeñas piscinas: uno para damas y otro para caballeros

Como se puede deprender de esta descripción podemos deducir que el establecimiento balneario sin ser muy grande contaba con todo lo necesario para su función, además de ser bastante elegante por la decoración y buen gusto. A lo que hemos de añadir que estaba rodeado por hermosos jardines y situado en unos parajes que antaño debieron ser muy hermosos, hoy difícil de imaginar en una zona de alta densidad de población y rodeada de impersonales bloques de viviendas.

Como director médico de este establecimiento figuraba el antes citado Dr. Domingo Grondona, un prestigioso médico de la Beneficencia Municipal y consiliario de la Real Sociedad Económica Jerezana. Nacido en Cádiz pero jerezano de adopción, era un experto en este campo de la terapéutica, no en vano fue director por oposición de los Baños de Arenosillo y de los de Fuensanta en Buyeres de Nava.

Curaciones asombrosas

Debió ser importante la aceptación por parte de los jerezanos de este balneario de Rosa Celeste, si tenemos en cuenta que el número de usuarios durante los tres primeros años de su funcionamiento fue de 661, y también por los numerosos testimonios de curaciones habidas. Algunos de estos pacientes habían estado antes en los Baños de Gigonza sin haber encontrado alivio habiéndose curado en Rosa Celeste. Veamos dos de estos testimonios:

Joaquín Ádago, de 40 años de edad, padecía ha mucho tiempo un acné rosáceo en nariz, mejilla y frente que resistía a todos los medios internos y externos empleados para su curación, ha usado los baños de Rosa Celeste en las dos últimas temporadas, y el alivio obtenido ha sido muy notable.

Manuel González de 40 años de edad, albañil, que vive en calle Berrocalas 2, padecía eczemas en las manos con profundas hendiduras que le impedían trabajar. El año 1860 tomó 40 baños a la temperatura ordinaria, y bebió el agua curándose la afección, sin que hasta hoy se haya vuelto a presentar.

Al igual que éstas, el Dr. Grondona cita diversas curaciones maravillosas operadas por aquellas aguas medicinales. Desde psoriasis, lepra, herpes y pitiriasis; hasta cicatrices viciosas producidas por armas de fuego, pasando por afecciones catarrales, digestivas, infartos de hígado, bazo y matriz, sífilis o debilidades nerviosas y sanguíneas. Desconocemos la fecha exacta así como las causas del cierre de Rosa Celeste, los datos que poseemos llegan hasta el año 1862.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios